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Lo que la ciencia nos enseña en realidad

Las Escrituras nos dicen que “los cielos proclaman la gloria de Dios” (Sal. 19:1) y que los “atributos invisibles [de Dios]… se han visto con toda claridad, siendo entendidos por medio de lo creado” (Ro. 1:20). Sin embargo, muchos cristianos hoy tienen miedo de estudiar ciencias, y ese miedo es más que ansiedad por las matemáticas. Muchos creyentes se han creído la propaganda de que la ciencia destruye la fe y de que la ciencia está en guerra con el cristianismo.

Como cristiano y científico que ha trabajado en la disciplina el tiempo suficiente para ver varios cambios grandes en las teorías y los paradigmas científicos (por ejemplo, de un universo eterno en “estado estacionario” a un universo “big bang” con un principio en el espacio y tiempo), puedo decir con confianza que el que “la ciencia destruye la fe” puede ser un mito popular, pero es simplemente falso.

Lo que en ocasiones reta al cristianismo no son los datos científicos, sino las interpretaciones naturalistas de los datos que muchos insisten deben ofrecerse, en cualquier situación. La tendencia que veo a lo largo del tiempo es que, entre más estudiamos y entendemos la creación a través de la ciencia, más claramente vemos que debe ser la obra de Dios. Ningún buen crítico de arte puede decir que una obra maestra como la Mona Lisa es puramente “manchones azarosos en un lienzo” o “se pintó a sí misma de alguna forma”. De manera similar, nuestra creciente conciencia de que la naturaleza es una obra maestra hace cada vez más difícil que un científico hoy se encoja de hombros y diga que “simplemente sucedió de alguna manera” o que “siempre ha estado ahí”.

Entre más estudiamos y entendemos la creación a través de la ciencia, más claramente vemos que debe ser la obra de Dios.
 
Lo que el naturalismo nos impide ver

Por ejemplo, desde la década de 1930 tenemos un creciente grupo de datos que muestran que el universo se está expandiendo de una manera que implica que todo vino de un solo punto y una gran explosión de energía. Por tanto, parece convincente que nuestro universo tuvo un principio y que algo fuera de este universo lo provocó. ¿Suena como a Dios? Claro, y los cristianos pueden apuntar a Génesis 1:1 y otros versículos como confirmación de esta interpretación.

Pero si la ciencia se restringe a solo proveer respuestas naturalistas para explicar lo que vemos, entonces ninguna hipótesis puede incluir a Dios. Por lo tanto, los científicos deben postular el “tiempo imaginario” o el “multiverso”, o alguna clase de “nada” preexistente que de alguna manera tiene las leyes de la física integradas en ella. Muchos solo consideran algo como “ciencia” siempre y cuando la respuesta sea estrictamente naturalista.

Pero nota que el problema no son los datos científicos —que claramente implican un principio, una creación de nuestro universo— el problema es el sesgo filosófico del naturalismo que excluye a Dios como explicación científica del universo. Los cielos siguen proclamando la gloria de Dios, pero el naturalismo nos impide verla.
Y lo asombroso no es solo el principio del universo. Resulta que nuestro universo tiene justamente el tamaño, densidad, composición química, y equilibrio de fuerzas perfecto para posibilitar la vida. Y lo mismo aplica para el planeta Tierra. Los científicos seculares de hoy describen la tierra como “inusual” o “afortunada” porque tiene el equilibrio perfecto de tamaño, masa, composición, giro, planetas hermanos, y un sol amigable para hacer que la vida compleja sea posible en ella. Entre más exoplanetas descubrimos, nuestro planeta y sistema solar parecen cada vez más un tiro de dados increíblemente suertudo. Llega un punto en que la “suerte” se vuelve tan improbable que los “milagros” o el “diseño” son explicaciones mucho mejores… si tan solo la ciencia nos permitiera usar esos términos. Pero los cristianos pueden apuntar a lo obvio.

Lo que el diseño de la vida proclama

Veo la misma tendencia a lo largo del tiempo en la biología, bioquímica, y genética. Con casi cada nuevo descubrimiento, crece de manera abrumadora el sentido de que la vida no es simplemente química, sino sistemas de procesamiento de información estupendamente complejos.
Del telescopio al microscopio, la creación de Dios declara su gloria. 
 
Años atrás, “la célula simple” era llamada una “masa de protoplasma”. Ahora, las células contienen “redes intrincadas e interconectadas de máquinas proteicas” y líneas de ensamblajes que están cuidadosamente reguladas y controladas por circuitos de retroalimentación. 

¿Podría un sistema complejo como este haber evolucionado a través de mutaciones ciegas y sin guía, y de la selección natural? ¿Podría yo construir un modelo de la Estrella de la Muerte poniendo un montón de bloques LEGO en una bolsa y agitándola hasta que se forme el modelo? No. Los bloques de plástico se golpearían entre sí y se volverían polvo mucho antes de que algunos se unieran y formaran cualquier cosa interesante. De manera similar, las historias evolutivas de “solo así” no pueden explicar la belleza y el diseño de la vida que proclama de su Creador. Ninguna serie de accidentes puede reemplazar la destreza.

Del telescopio al microscopio, la creación de Dios declara su gloria. Ser un cristiano que trabaja en las ciencias es hermoso, conforme los nuevos descubrimientos expanden nuestra imaginación y abren nuevos panoramas de complejidad, ingenio, asombroso poder, y afinación universal inimaginable. Y, como cristiano, soy capaz de pensar más allá del naturalismo y ver la obra de Dios por lo que realmente es.

Dejemos que los datos hablen por sí mismos

Lo que la ciencia nos enseña en realidad es que la gloria de Dios es claramente visible. Pero, tristemente, muchas personas prefieren no verla y abrazar otras explicaciones. Pero esto también era cierto en la época de Pablo. Después de explicar que el poder y la naturaleza divina de Dios son claramente visibles en la creación (Ro. 1:20), Pablo dice:

“Pues aunque conocían a Dios, no Lo honraron como a Dios ni Le dieron gracias, sino que se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se volvieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible por una imagen en forma de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles” (Ro. 1:21-23).

La mayoría ya no se inclina ante esa clase de ídolos, pero muchos sí se inclinan ante el naturalismo. Y las escamas del naturalismo sobre nuestros ojos pueden ser muy gruesas, oscureciendo incluso la visión de algunos que confiesan ser cristianos. Debo admitir que el naturalismo en ocasiones ha ensuciado mi visión de la ciencia y el mundo, pero cuando me doy cuenta de que el problema es la camisa de fuerza naturalista que me impide interpretar los datos de la mejor manera, la ciencia se vuelve emocionante porque ofrece una señal directa hacia Dios.

Tristemente, lo que la ciencia también nos enseña es lo intensamente que las influencias seculares y la presión social pueden cegarnos a la gloriosa obra de Dios. Pero si dejamos que los datos hablen por sí mismos, la ciencia revelará el eterno poder y la naturaleza divina de Dios, ¡como la Escritura dice una y otra vez!

Publicado originalmente en Desiring God. Traducido por Ana Ávila.

Nota del editor: Este artículo fue publicado gracias al apoyo de una beca de la Fundación John Templeton. Las opiniones expresadas en esta publicación son de los autores y no necesariamente reflejan los puntos de vista de la Fundación John Templeton.

John Bloom se desempeña como presidente del Departamento de Química, Física e Ingeniería de Biola University, y como director académico de su Maestría en Artes en Ciencia y Religión. Sus intereses de investigación incluyen la integración del cristianismo con las ciencias y la apologética. Vive en La Mirada, California, con su esposa y su hijo.

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